15/1/13

Anna Lizaran, actriz y fundadora del Teatre Lliure

Cuando Elomire, un refinado dramaturgo cortesano del siglo XVII, recibe el encargo de trabajar junto a Valere, un cómico local que el príncipe Conti ha descubierto en la calle, no se lo puede creer. Como él, un intelectual, ha de poder su arte al servicio de tal individuo? Será la ruina de la compañía. Lo que no sospecha Elomire es que Valere es un auténtico monstruo de la teatralidad, un actor enorme que consigue crear el diálogo entre lo culto y lo popular, un comediante colosal que devuelve al público la pasión por el teatro. Para el estreno de La Bête en el Teatre Nacional de Catalunya (TNC) Anna Lizaran iba a ser Valere. Era como si David Hirson hubiera escrito el papel pensando en ella. Además la acrtiz ya había hecho roles masculinos cuando protagonizó Hamlet.
Pero el destino se cruzó en escena. Una baja y la prescripción médica de reposo le impidieron estrenar. Un par de meses después un diagnóstico fatal, y un desenlace trágico y fulgurante: Anna Lizaran falleció a los 68 años de edad en la madrugada del sábado en el Hospital Clínic de Barcelona. El teatro catalán ha perdido a su Valere, una actriz que ha marcado la escena con su fuerza y pasión interpretativa; una mujer que contribuyó decisivamente en la creación, consolidación y prestigio internacionales del moderno teatro catalán. Con la Lizaran, igual como con el personaje de La Bête, una generación de espectadores han amado el teatro contagiando la ilusión por la escena a al resto del país.
Quizás esa impresionante pulsión dramática la descubrió en ‘La Passió’, el imponente drama sacro emblemático de la cultura tradicional catalana que, en su pueblo natal de Esparreguera, tiene una de sus cunas y donde ella comenzó junto a su hermana Lola, también actriz y fallecida en 2006.
Con veintipocos años Anna sabe que su vida será el teatro, y sus padres, modista y mecánico, la animan a formarse. Tras pasar por el Centre d’Estudis Experimentals de Barcelona, en 1972 es una de los primeros miembros de Els Comediants. Pero sabe que le queda mucho por aprender, y se marcha a París en 1974 para estudiar junto a Jacques Lecoq; hasta que Lluís Pasqual la convence para que vuelva a Barcelona y participe, junto a Fabià Puigserver, Carolta Soldevila, Pere Planella y él mismo o en la creación de la más importante institución escénica catalana de todos los tiempos: el Teatre Lliure. Desde aquel momento su vida fue el Lliure, y solo se separó de él cuando, en 2003 y siendo patrona, dimitió de su cargo al no haber sido elegido Pasqual para la dirección.
Debutó en el Lliure en el mismo año 76 con Camí de nit, y la siguieron, la Bella Helena, Primera història d’Ester, Ascens i caiguda de la ciutat de Mahagonny, Roberto Zucco, Quartet i Tot esperant Godot hasta l’Hort dels cirerers, que en año 200 supuso su adiós al escenario de aquella aventura teatral que, nacida en un modesto escenario del barrio de Gràcia de Barcelona, construyó el modelo actoral y de programación de lo que debía ser la puesta en escena del mejor teatro contemporáneo universal y catalán. El Lliure recuperó la mejor tradición del teatro catalán de antes de la guerra, llevó a las plateas a una generación que ya se creía perdida para la escena y ayudó a extender la afición al buen teatro a todo el país. Y la Lizaran siempre estuvo en primera línea de aquel proyecto aportando su poder interpretativo y la fascinación popular de los personajes que creaba.
Con la madurez le llegaron los grandes papeles, como en Un matrimoni de Boston, Una jornada particular, L’adéu de Lucrecia Borgia, El cercle de guix caucasià, Forasters, Dissabte, diumenge i dilluns, El ball Escenes d’una execució, o Agost, su último papel y la obra más vista en la historia del Teatre Nacional. Su nombre llenaba el teatro, y cada temporada se esperaba saber qué obra representaría.
Lizaran también hizo cine con Ventura Pons, Gerardo Vera, Almodóvar y la última, Herois, con Pau Feixas, y participó en series de TV.
Siete premios Butaca (concedidos por el público), además de un Goya, un Max, un Gaudí, el Ciutat de Barcelona, el Nacional de Teatre y la Creu de Sant Jordi testifican la pasión que Catalunya tenia por Anna Lizaran, la misma que ella supo dar al teatro.